jueves, 10 de marzo de 2016


Y no me puedo quejar...
Entre las vicisitudes de mi corta estancia entre las cuatro paredes de la vida, he conocido los caminos intransitables de la locura y la fortuna, la desdicha del silencio, las despedidas y el frío, así como las tardes de sol, un caminata nocturna o un beso entre las sombras, el amanecer recubierto entre la piel, ver correr el tiempo y sanar heridas incurables ya.

Mas allá de estas letras difusas y dispersas, entre los confines de mis abstractos pensamientos y bifurcados senderos la conocí a ella, vestida de noche, cargada de misterios, de besos no dados, de pasión y lujuria, de un Corazon destrozado, cual será el azar de mi fortuna que el camino siempre ha querido unir lo inconmensurable, aquella mezcla un poco extraña de amor y dolor de lo que casi se va y nunca llega a nada.

Y no me puedo quejar... 
En la mañana apareció ella, entre un pecho colapsado de emociones, abrir las puertas de la vida y encontrar su sonrisa, aquel espejo de mi vida, mi alma reflejada en su mirar, ver correr el tiempo a su lado, en silencio, tenerla allí por siempre, aunque siempre no suele ser mucho tiempo, tan solo un fragmento de mañana o quizá la eternidad disfrazada.

Son extrañas estas letras, se arremolinan entre los recuerdos taciturnos de mi voz mientras bebo un sorbo del veneno de otros labios, un bocado tibio y a la vez amargo. Un aroma terso que se cuela por la ventana, allí mismo donde dejo un café pendiente y otras mil palabras de silencio, aquello imposible de decir pero que mas atrás, entre mis escritos escondido confieso, solo es cuestión de leer la vida, de decifrar las letras y encontrar diez mil partidas, derrotas y batallas, la constante del amor, la compañia, ese todo que esta alli, la soledad que nunca dice nada.

Y no me puedo quejar...
Tan solo hay un latir aquí entre la carcel de mi pecho, como si el cielo susurrara con voz baja, que me busca una dama negra con delicadas manos, el presagio de un no se que, enterrado entre esta noche fria o será tan solo la compañía de esa voz que no esta, de eso que extraño pero que no hace falta. No lo se, tan solo llegan a mi, por voluntad propia estas palabras, miro al cielo e invoco a Dios, alli entre esas infinitas estrellas que penden del hilo del tiempo, sintiéndome esta vez tan cerca de alli, tan lejos del suelo, como si me elevara etereo, de a pocos, de a pedacitos de mi, con invisibles alas, queriendo dejar de mi, el buen recuerdo de lo que nunca he sido, pero tal ves fui, consumiendo la vida que quise vivir, y entonces, al final... no me puedo quejar.

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