miércoles, 30 de octubre de 2013

El ayer...


Y yo que pensaba que las noches eran oscuras y nubladas, que los días eran duros y las mañanas no llegaban, yo, quien creía ver el silencio entre las notas de mis propias palabras, quien se regocijaba de tener nada y apostarlo todo en la alborada.

Pero esa misma noche, esa lluvia que caía al llegar el sol a la mañana, me enseño la luz de su sonrisa, un poco mas allá de su mirada y me conquisto con su esencia, me dejo sin habla.

Yo, aquel loco y vagabundo desterrado de mi propio exilio, quien vivía tras la sombra del tiempo, vi en un segundo varado por completo, como la vida me enseñaba la lección mas grande de los años, los años mas grandes de la vida, un camino sin puertas ni ventanas, una luz y una salida.

Volviendo siempre tras mis propias huellas, recorriendo el camino paralelo a mi sombra, esa taciturna compañera aferrada de mi mano, prendida en mi alma; descubrí las pequeñas grandes cosas, la razón y el sinsentido, ese mismo enigma encerrado en una palabra, ese tiempo que lleva mi nombre, ese mismo que se ha robado mi calma.

Y me vi allí, reflejado en los ojos de mi propia infancia, retado a sobrevivir sin la experiencia de un respiro, invocado a perecer, no sin antes dar batalla.

Es así como mi historia se convierte en poesía, es así como los fragmentos de mi vida se separan, tras los puntos marcados entre la noche y la mañana, que finalmente se convierten en mi todo, a partir de aquello que una vez no fuera nada.

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